La empresa familiar en tiempos del covid-19. Legado y futuro
Si hay algo que no es nuevo para la mayoría de las empresas familiares es que a lo largo de su historia enfrentarán situaciones de crisis. Es cierto que particularmente en España, la crisis financiera de 2008 dejo una profunda huella en las empresas que lograron sobrevivir y que, por tanto, pueden sentirse ciertamente agotadas para enfrentar un escenario aún más sombrío. También es cierto que, con anterioridad, pasaron la crisis de 1993, y las derivadas de la explosión de la burbuja tecnológica, por no hablar de las crisis sectoriales más específicas de una porción de empresas.
El Instituto de la Empresa Familiar cumplirá 30 años en 2022, posiblemente cuando el escenario Covid19 ya se haya normalizado, o bien las empresas se hayan adaptado a la nueva situación cualquiera que esta sea. Como institución, que aglutina a 1.300 empresas líderes en España, muy distribuidas geográficamente gracias a su vertebración en Asociaciones Territoriales, ha sido testigo de todas esas crisis y en cierto modo ha contribuido decisivamente a su superación. Para el conjunto de España, la actividad de estas empresas no es un asunto menor, pues contribuyen con un porcentaje cercano al 30% en términos de PIB, y muy significativo en términos de empleo.
Si la memoria reciente nos sirve para no magnificar esta crisis, para adelantar la realidad de que también saldremos de ella, la clave habrá de estar más bien en el “cómo”, es decir, en ver si somos capaces de salir “mejor” de esta situación respecto a las anteriores. O si en este escenario, podemos aprovecharnos de algunas oportunidades que no habíamos sabido observar antes en profundidad.
En mi opinión, las empresas familiares están en España mucho mejor preparadas para enfrentar y superar esta crisis que en periodos anteriores de la historia, y ello en gran parte, gracias a la labor constante de estudio y diagnóstico del Instituto de la Empresa Familiar y a la de divulgación y penetración geográfica de las Asociaciones Territoriales.
Desde al año 1992, las empresas familiares españolas han mejorado muy especialmente en adquirir dimensión, es decir, ganar en tamaño y profesionalidad organizativa. En segundo lugar, han contribuido decisivamente a la internacionalización y a la diversificación, especialmente haciendo “de la necesidad virtud” con ocasión de la crisis financiera de 2008. En esta ocasión, se advierte que la oportunidad escondida en la crisis versa sobre transformación digital o aceleración de esa transformación a todos los niveles, pues vemos ahora con claridad que era mucho lo que podíamos haber hecho años antes y no hicimos. De algún modo, advertimos ahora que realmente no nos habíamos decidido a impulsar -sin vuelta atrás- la transformación digital de nuestras empresas. Por tanto, y en mi opinión, pienso que la transformación digital debe marcar la agenda de gobierno de las empresas familiares hacia el futuro.
Como he observado en muchas ocasiones, las empresas familiares tienen 3 hábitos connaturales muy potentes que no dejan de guiarlas en su desarrollo y crecimiento, salvo claro está que los transmuten en vicios. El primer hábito es el “emprendedor”, la voluntad o energía inquebrantable de comenzar y recomenzar, sea cual sea el escenario coyuntural económico que atraviesen, viendo siempre formas de mejorar productos, servicios y operaciones, sirviendo mejor a los clientes, y expandiendo los negocios mediante el aprovechamiento de nuevas oportunidades. La crisis Covid19, pese a su gravedad, es una mera anécdota circunstancial comparada con esta energía imparable empresarial. Podrá aparecer velada por un tiempo, pero resurgirá con fuerza en su momento. Cada una de estas organizaciones empresariales acumula décadas o cientos de años de saber hacer empresarial, ingenio, innovación, que no están dormidas.
En segundo lugar, las familias tienen un hábito innato de “preservación”, es decir, de mantener las condiciones que permiten vivir familiarmente a lo largo de los años. Por eso los padres sueñan con que sus hijos y sus nietos puedan continuar con las actividades de la empresa familiar. Gracias a ese hábito, muchas familias han aprendido a “preservar” su riqueza creando fondos patrimoniales desligados de sus actividades operativas o empresariales, que en tiempos difíciles les permiten tener músculo financiero suficiente para resistir. Y también, capacidad financiera suficiente para poder aprovechar las oportunidades de crecimiento, adquisición e inversión que se presentan en todas las crisis. O en último término, una sana separación patrimonial respecto a determinadas actividades empresariales que pueden haber llegado a su fin por falta de futuro y conviene su venta o liquidación, centrándose en otras actividades más prometedoras.
Por último, y en tercer lugar, las familias tiene el hábito de “compartir”, razón por la que se muestran como organizaciones menos alienantes en lo humano, más acogedoras. Podríamos decir que las empresas familiares tienden a convertir lo empresarial en familiar, a veces para lo malo, pero también para lo bueno que hay mucho y es muy necesario. Por eso los directivos y empleados históricos de las empresas familiares son “como de la familia”. Este hábito de “compartir” se observa habitualmente en numerosas actividades de filantropía, responsabilidad social y a través de fundaciones familiares, en gran parte desconocidas o mal dimensionadas por la sociedad. Durante el inicio de la crisis Covid19, hemos podido ver numerosos ejemplos de empresas familiares haciéndose solidarias con la sociedad en la búsqueda de soluciones, cediendo hoteles para su uso hospitalario, transformando sus operaciones para la producción de mascarillas y respiradores, aportando conocimiento para gestión logística y de transporte, facilitando condiciones a sus cadenas de suministro o mejorando los servicios a sus clientes, por poner solo algunos ejemplos.
La crisis originada por el Covid19 podrá ser más o menos grave -eso lo iremos conociendo en los próximos meses- pero sea cual sea su futura dimensión, las empresas familiares no cejarán en su empeño por seguir emprendiendo, preservar su riqueza y compartir con toda la sociedad su riqueza y talentos adquiridos. Y este es un activo que, gracias a la labor constante del Instituto de la Empresa Familiar y sus Asociaciones Territoriales vinculadas, dará lo mejor de sí en el futuro inmediato en beneficio de toda la sociedad española.
Carlos Arbesú
Ph.D Gobierno y Cultura de las Organizaciones
Profesor del Instituto de Empresa y Humanismo. Universidad de Navarra.